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sábado, 4 de abril de 2015

Francisco de Sandoval, Duque de Lerma.

En estos tiempos que corren, donde la corrupción acapara las principales ediciones de los medios de comunicación, no podía faltar referencia a un personaje que fue acusado de dirigir una de la mayores redes de corrupción que ha sufrido España en su historia, Francisco de Sandoval y Rojas, más conocido como Duque de Lerma (Tordesillas 1553-Valladolid 1625).
Duque de Lerma.
Aristócrata español y Grande de España por gracia de Felipe III, se convierte en valido de éste con poder pleno en todo el periodo que dura su gobierno (1599-1618). Ejercerá una gran influencia sobre el monarca, quien desinteresado por los asuntos de gobierno, cede a Lerma el poder del mayor imperio del mundo.
La gran amistad que le une al Infante don Felipe venía de largo, pues es en la corte de Felipe II donde se educa gracias al apoyo que recibió de su tío, Cristóbal de Rojas, Arzobispo de Sevilla. Esto hará que adquiera un exhaustivo conocimiento de la corte y de las intrigas que en ella se producían, lo que le valió para recibir el favor del futuro rey, y una vez en la cúspide, manejar la corte y el reino a su entero antojo.
La creciente influencia de Sandoval sobre el Infante no pasó desapercibida y provocó cierto recelo en Felipe II, quien lo designa Virrey de Valencia entre 1595 y 1597, en un intento por alejarlo del centro de poder. En 1597, por expreso deseo del Infante, vuelve a Madrid donde es nombrado Caballerizo del Infante, iniciándose así su carrera política en la Corte.
En 1598 Felipe III sucede a su padre, heredando un Imperio en declive que mantenía graves problemas de Hacienda y frentes abiertos contra Inglaterra y los Países Bajos principalmente. Un año más tarde comienza Sandoval su privanza que ejercerá durante diecinueve años, unos años que estarán marcados por una acción política sólo encaminada a su provecho propio, donde la corrupción, los tratos de favor, la venta de cargos y el clientelismo serán sus señas de identidad.
Su excesiva ambición y escasa inteligencia fueron lastres para su pobre labor de gobierno, dando lugar a una política mediocre que hundió a España más si cabe.
Aún así, y quizás obligado por lo paupérrimo de la economía española, desarrolló una política pacifista que le llevó a firmar la paz con Inglaterra y la Tregua de los Doce Años con los Países Bajos, lo que favoreció a una exhausta monarquía.
La conciliación con Inglaterra llega tras la firma de la llamada Paz de Londres (1604), firma que ponía fin a cerca de veinte años de conflicto que habían provocado enormes pérdidas tanto a unos como a otros. La derrota de la Gran Armada (1588), presente todavía en la conciencia patria por obra y gracia de la Leyenda Negra, o el saqueo de Cádiz en 1596 fueron los reveses más importantes de la monarquía de Felipe II en su duelo contra los anglosajones. Los ingleses por su parte también sufrieron, aunque esto menos reconocido, y es que sus continuos intentos por tomar enclaves caribeños españoles tuvieron como resultado fracasos rotundos que se manifiestan en las muertes de los corsarios Hawkins (1595) y Drake (1596) a manos de marinos españoles. Los continuos ataques a la Flota de Indias y el intento de toma de algún puerto peninsular, también acabaron en fracaso.
Mediante este acuerdo España se comprometía a no favorecer el catolicismo en Inglaterra, además de conceder ciertos beneficios económicos a ésta en el comercio con América. Por su parte, Inglaterra renunciaba a su apoyo a los rebeldes holandeses y permitía el tráfico marítimo español por el Canal de la Mancha.
Sin duda, la Paz con Inglaterra influyó en la posterior firma de la Tregua de los Doce Años (1609-1621) con los Países Bajos, quienes luchaban por su independencia del Imperio español. Esta firma resultó poco beneficiosa para España, pues supuso el reconocimiento implícito de la independencia de estos territorios, independencia que alcanzarán tras la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la firma de la Paz de Westfalia.

"La expulsión de los moriscos", Gabriel Puig Roda (1894).
 Durante el gobierno de Lerma hubo un tercer acontecimiento a destacar: la expulsión de los moriscos entre 1609 y 1613. Los moriscos eran aquellos musulmanes que habían sido forzados a convertirse al cristianismo una vez que los Reyes Católicos conquistaron Granada en 1492. Los descendientes de estos seguían viviendo en comunidades y manteniendo parte de sus costumbres, aprovechándose de la flexibilidad de los monarcas españoles y de los pagos que estas comunidades realizaban a la corona en pos de esa laxitud. 
Pero la rebelión morisca de 1568 en las Alpujarras granadinas, difícilmente reducida por Felipe II, y el miedo de un apoyo morisco a un eventual ataque turco sobre la península, hizo que Felipe III tomara la decisión que su padre no se había atrevido. Cerca de trescientas mil personas fueron obligadas a abandonar España con unas consecuencias todavía hoy debatidas. A la pérdida poblacional ya referida, habría que sumar las consecuencias económicas, de fuerte calado, sobre todo en el levante español, donde se concentraba gran parte de esta población. Eran gentes dedicadas a la artesanía, el comercio y el trabajo en las huertas, sectores que difícilmente podían ocupar los cristianos. Ni qué decir tiene que esta población estaba obligada al pago de impuestos, por lo que su marcha mermó la ya delicada Hacienda castellana. Un duro golpe económico del que España tardará en salir.



El declive de Lerma comienza pronto y es que el nombramiento de familiares y amigos para los principales cargos de la Corte y administración fue marginado a una facción que no tardaría en conspirar contra él.
En 1601 el valido convence a Felipe III para trasladar la capital desde Madrid a Valladolid. Previamente, en ésta última ciudad, había comprado numerosas propiedades, que una vez consumado el cambio de capitalidad, vendió a altos precios, incluso al monarca, una maniobra que hoy podía calificarse de especulación inmobiliaria y que le reportó abundantes beneficios. En 1606 convence al monarca para volver la capital y Corte a Madrid; de nuevo se aseguró cuantiosas ganancias.
A partir de 1612, también serán los militares los que conspiren contra Lerma debido a su política pacifista. Estos enviarán numerosas quejas al rey sobre los tejemanejes del valido. Mal asunto éste, pardiez, tener a la soldada en contra.

La Reina Margarita de Austria (1584-1611).
La reina Margarita, quien apreciaba poco al valido y a sus oscuras prácticas, se rodeó de ese grupo cortesano que había sido apartado del poder y perjudicado por los negocios de Sandoval para iniciar un proceso que sacó a la luz toda una red de corrupción. Poco a poco los principales colaboradores de Lerma fueron cayendo, incluso su mano derecha, Rodrigo Calderón de Aranda, quien en 1621 será ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid.
Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, el rico valido recurrió a una estratagema para librarse del proceso; solicitó al Papa el capelo catedralicio, lo que le fue concedido en 1618. Esto, y el apoyo del rey que nunca perdió, le sirvió para salvar la jurisdicción civil y la vida.
El rey aconsejó a Sandoval, el hombre más rico del Imperio, su retirada de la vida política. Éste se marcha a Valladolid desde donde verá como el mismo grupo que conspiró contra él y provocó su caída, grupo donde se encontraba su propio hijo, el duque de Uceda, a la postre su sucesor, se disputan ahora su puesto. Será el Conde-Duque de Olivares, aprovechando la subida al trono de Felipe IV en 1621, quien ordene el embargo de todos los bienes del cardenal-duque y su confinación en las posesiones que mantuvo en Burgos y Valladolid. Muy perjudicado en su salud, Lerma fallece en 1625 con la triste fama de político corrupto, fama que le perdura por mucho que las últimas revisiones historiográficas quieran ver un posible complot contra su persona.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante este artículo.