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miércoles, 1 de mayo de 2013

El Tratado de Verdún.


Ya analizamos en una ocasión anterior el Imperio de Carlomagno, el cual supuso un intento por renacer el esplendor del antiguo Imperio Romano.
Pero su muerte en el año 814 va a truncar este deseo. Le va a suceder su único hijo superviviente, Luis, apodado el Piadoso (814-840), un monarca con poco carácter y débil que provocó el desvanecimiento de la gran obra de su progenitor.

Carlomagno y su hijo Ludovico Pío.
El tratado de Verdún fue firmado en el año 843 por los tres nietos de Carlomagno, Lotario, Carlos el Calvo y Luis el Germánico, suponiendo la división de un imperio que ya nunca volverá a unirse. Cerró un periodo de continuas luchas por el poder, además de suponer el nacimiento de dos nuevos estados que llegarán hasta nuestros días, Francia y Alemania.
Contraviniendo los consejos de su padre, Ludovico Pio (también llamado así) dejó que el Papa,  en este caso Esteban IV, le coronase emperador en Reims, lo que le arrogaba a éste la capacidad de nombrar emperadores, poniendo de manifiesto la superioridad del poder espiritual sobre el terrenal, del Papa sobre el emperador. Fue un acto de sumisión que su padre no hubiera permitido.
Desde un principio la intención de Ludovico Pio siempre fue la de mantener la unidad del imperio, a pesar de que con ello rompía con la tradición franca del reparto equitativo de la herencia entre los sucesores.

Lotario, primogénito de Luis el Piadoso.
De esta forma en el año 817 publica la “Ordinatio Imperii”, una disposición según la cual el imperio y la mayor parte de sus territorios pasarían a su primogénito Lotario, mientras que al resto de sus hijos les otorgaba una serie de territorios periféricos y siempre subordinados a Lotario. Pero la muerte de sus principales colaboradores, quienes apoyaban esta idea, y la guerra intestina entre sus vástagos, truncó esta nueva concepción del estado franco.
La situación se complicará aún más tras el nacimiento de un nuevo hijo de Ludovico, Carlos el Calvo, resultado de la relación del monarca con su segunda mujer, Judith. La intención de Ludovico fue la de otorgar a su nuevo vástago una dote territorial, a lo que sus hermanastros, Lotario, Luis y Pipino, se opusieron; estos van a revelarse contra su padre, derrotándolo de forma humillante en la batalla de Lügenfeld (833), pues el ejército de Ludovico se pasó al bando de sus hijos. Los hijos llegan incluso a destronar a su padre, pero ante el temor por parte de Pipino y Luis de que Lotario acrecentara su poder y prestigio, deciden devolvérselo.
En el año 839 muere Pipino. La intención del monarca fue la de otorgar sus territorios a Carlos, pero en este caso la nobleza aquitana se niega, mostrándose partidarios de que esos derechos pasaran al hijo de Pipino, Pipino II, abriéndose un nuevo conflicto en la ya difícil situación.
En el 840 muere Ludovico Pio, y Lotario, en virtud de lo dispuesto por su padre en la “ordinatio imperii”, intenta imponer sus derechos. Estalla de esta forma el conflicto entre éste y sus dos hermanos que logran derrotar al primero en la batalla de Fontenay (841).
Carlos y Luis van a reforzar su unión en los llamados “Juramentos de Estraburgo” (842) donde se consolida la división del imperio y ambos hermanos, junto a sus generales, se juran fidelidad y no realizar trato alguno con Lotario sin el acuerdo mutuo. La importancia de ese documento trasciende lo político, pues supone el más antiguo documento que se conserva en francés y alemán primitivo.
En este clima de inestabilidad se hace necesario un acuerdo entre los tres hermanos. Tras largos meses de negociación se llegará a un acuerdo, el Tratado de Verdún (843) donde se reafirma la división irrevocable del imperio.

División del Imperio Carolingio tras el Tratado de Verdún (843).

Carlos el Calvo recibe la parte occidental, origen de la actual Francia, Luis el Germánico la oriental (origen de Alemania) y Lotario una estrecha franja central que iba desde el mar del Norte hasta el norte de Italia, incluyendo las dos cortes imperiales, Aquisgrán y Roma.
El título imperial continuaba en manos de Lotario pero siendo algo nominal y sin nigún tipo de autoridad sobre sus hermanos. Además en este tratado se establece que los territorios repartidos forman parte del antiguo Imperio Franco y los tres hermanos ostentarían el título de “rey de los francos”.
Lamentablemente esto significaba el desmembramiento del Imperio de Carlomagno, un imperio que apenas sobrevivió a su muerte. La ratificación de esta división tendrá lugar en tratados posteriores como fueron Mersen (870) y Ribemont (880).
Pero esta no fue la única consecuencia que tendría este tratado, sino que presenta otras más profundas e importantes en el devenir histórico. Entre ellas va a destacar la pérdida de poder real en favor de la nobleza. Los reyes cederán parte de su poder para ganarse el apoyo de los señores, algo que se convirtió en fundamental durante esos años de conflictos. El régimen feudo-vasallático propio de la Edad Media, donde el monarca sólo era “uno entre iguales” (primus interpares), tiene aquí su consagración.

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