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martes, 5 de abril de 2011

Cuando en Roma comían salmorejo, cazón en adobo y tortilla de papas...

El título del presente artículo, queridos amigos, no es gratuito, sino que tiene su explicación, y es que hubo una vez en el que los hispanos marcamos los designios del Imperio Romano.
Fue durante el siglo II d.c., en tiempos de la dinastía de los Antoninos, cuando se inagura la presencia hispana en el Imperio, llevándolo a uno de sus momentos de máximo explendor.

Aníbal Barca y su ejército de elefantes.
La presencia romana en Iberia se remonta al año 218 a.c.,  en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, siendo la Península uno de sus principales escenarios. La derrota cartaginesa se vendió cara, una derrota que se produjo finalmente tras la Batalla de Zama (202 a.c.), donde Escipión el africano y sus legiones vencieron al gran Anibal, quien llegó a estar con sus ejércitos a las puertas de Roma. A partir de aquí comenzará el dominio romano de la Península que llevará consigo un profundo proceso de romanización, que no es más que la adopción de los usos y costumbres romanos. Ya a finales del siglo I d.c. Hispania es una de las principales provincias del Imperio, gran proveedora de materias primas (metales, aceite, vino, conservas de pescado).
En época Julio-Claudia (siglo I d.c.) la influencia hispana es cada vez más importante. Este es el momento en que muchos senadores oriundos de estas tierras, o eruditos de la talla del filósofo cordobés Séneca, quien llegó a ser preceptor del Emperador Nerón, marquen el futuro de Roma. Pero será en época Flavia cuando esta influencia llegue a su punto más álgido, gracias al Emperador Vespaciano, quien con su renovación del Senado Romano, posibilite la entrada de ricos provincianos en el mismo. Un poderoso grupo de senadores hispanos será el que promocione la llegada de Trajano al poder, el primero no itálico en la historia de Roma. Su padre, Marco Ulpio Trajano, General y gobernador de diferentes provincias, nació en Itálica, Sevilla.


El Imperio Romano en tiempos de Trajano

Con Trajano, designado por Nerva como su sucesor, se inaugura la presencia hispana en Roma (98-117 d.c.), llevando al Imperio a su momento de máxima extensión territorial. Conquistó Dacia, la actual Rumanía, y Mesopotamia, arrebatada ésta última a los persas, convirtiendo al Mediterráneo en el "Mare Nostrum".
                                                                                                                                                            
Publio Elio Adriano.

Trajano, por decisión propia, pues con los Antoninos se sustituye el principio de heredabilidad por la "elección de el mejor", asocia al poder a su sobrino Adriano (117-138 d.c.), quien se convertirá en el segundo caso de un no itálico que llega al poder. Con él los tiempos de bonanza continúan, aunque bien es verdad que los límites del Imperio se retraen, al devolver Mesopotamia a los persas. Aplastó una revuelta en Judea, aplicando una dura represión que dio lugar a la diáspora judía.



La triada de Emperadores hispanos la completa Teodosio (379-395 d.c.), quien no brilló como sus antecesores. Fue quien convirtió al cristianismo en religión oficial del Estado (391), prohibiendo los cultos paganos. Además fue quien a su muerte, dividió el Imperio entre sus dos hijos, Oriente para Arcadio y Occidente para Honorio, un Imperio que ya nunca más volverá a unificarse.

División del Imperio por parte de Teodosio, año 395.




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